Todo texto de ficción solicita la complicidad del lector, solicita el reconocimiento de la “verdad” de su ficción. El concepto de verosimilitud se construye así basándose en unas condiciones para la complicidad.
El mundo que ofrece a la lectura la ficción realista no necesita ser comprobado a cada paso, sino que se apoya en un conocimiento preconstituido y los textos tienden a la facilidad.
En cambio, lo fantástico no acepta esas condiciones porque el hecho fantástico es inverosímil por definición. Entonces lo fantástico debe encontrar formas de convalidación de lo que se propone como su verdad con el fin de que sea aceptado como verdadero.
Una de las reglas de lo fantástico en el nivel semántico es la transgresión. Y es que la organización del nivel semántico se realiza en función de la vivencia de los personajes. Y es ahí donde se insinúa la duda sobre el acontecer efectivo del hecho fantástico. Dado que el universo del relato lo define como imposible, el lector puede preguntarse si su realización debe ser atribuida a un trastocamiento del orden natural, o más bien a la percepción distorsionada de quien es su protagonista o bien su testigo.
En la literatura fantástica, todo lo que sucede puede referirse al campo de la experiencia sensorial, aunque se trate de ‘verdades’ que discrepen entre ellas. Precisamente esa discrepancia crea el espacio de la duda: ¿es verdad que ha aparecido un fantasma, que el tiempo ha experimentado una reversión, o que el ‘yo’ se ha desdoblado?
Lo fantástico ocupa el tiempo de la incertidumbre: no bien se elige una de las respuestas, se abandona lo fantástico y se entra en un género adyacente, lo extraño o lo maravilloso. Lo fantástico es la duda experimentada por un ser que solo conoce las leyes naturales frente a un acontecimiento en apariencia sobrenatural.
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