El lenguaje permite al lector el encuentro con los deseos, se convierte en una vía para poder manifestarlos. Por lo tanto, la relación de la palabra con el erotismo es muy estrecha. La fantasía, los símbolos, las sensaciones y los actos pasan siempre por el tamiz del lenguaje.
Y el énfasis que se le puede dar a un relato erótico depende siempre de la densidad de las palabras mismas y la forma en que estas actúan en el discurso.
El lenguaje erótico ha de ser rico en matices, pero debe estar exento de términos científicos propios de sexólogos. Siempre se debe aludir a las pasiones eróticas de una manera sugerente y poética.
El término ‘erótico’, si se aplica como sustantivo, se refiere a todos los objetos que se relacionan con la pasión amorosa; en cambio, si se aplica como adjetivo, el término ‘erótico’ se vincula con otros como ‘picante’, ‘soez’, ‘obsceno’, ‘lujurioso’, ‘sensual’ o ‘lascivo’.
También es importante el empleo de las metáforas. Con ellas, dos elementos se funden para dar lugar a un nuevo significado. El lenguaje del deseo siempre es metafórico, está hecho de figuras, versiones desplazadas, metáforas de la realidad, etc. De esta forma, la metáfora amplía el campo imaginario del lector y es, sobre todo, en el campo de la poesía en el que esta figura literaria lleva a cabo el juego del amor sin limitaciones.
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