La novela no demuestra, sino que muestra. Al escribir una novela, el escritor no debe intentar probar nada. Lo que importa es el qué y no el por qué. Toda buena novela cuenta algo y a la vez insinúa una segunda realidad, una segunda dimensión que se entrevé gracias al modo sugerente de decirlo. De lo contrario se consigue una crónica, tal vez un ensayo o un artículo periodístico: el testimonio suele tener una forma explícita; la novela, no.
Para saber qué tipo de novela pretende hacer el escritor, ha de realizar una exploración interna y una exploración en el campo de la literatura. Siempre hay que tener en cuenta que a la hora de escribirla, en el autor se darán dos polos opuestos: la novela como un acto de autenticidad o como un producto comercial. En uno, apuesta por aquello que quiere expulsar sin doblegar sus gustos; en el otro, la elabora para ganar dinero, repitiendo una matriz que responde a las necesidades del hipotético público al que va dirigida.
Dado que la escritura tiene sus propias leyes, en el primer caso se escribe usando la palabra como carnada para investigar qué descubre el escritor a medida que la escritura toma cuerpo. En el segundo caso, el tipo de novela buscado puede ser el best seller fabricado como tal, que responda a una fórmula de éxito.
¿Y respecto a la extensión? La novela larga y la corta se diferencian por su extensión, lo cual implica una diferencia de información y de tensión narrativa.
La larga traza una panorámica de los hechos y personajes. La corta toma un fragmento de la existencia.
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