Los orígenes de lo que se conoce en la actualidad como fantástico moderno propiamente dicho se remontan tanto al romanticismo como al gótico.
Los relatos de autores como Horace Walpole («El castillo de Otranto») o de Matthew Gregory Lewis («El monje») se encuentran entre los primeros textos modernos de ficciones fantásticas junto a los del alemán E.T.A Hoffmann.
La transformación del relato fantástico moderno fue analizada por Maupassant, quien sostuvo que los cambios en distintos aspectos de la vida como la educación, la religión o la economía produjeron que el sujeto moderno abandonase las supersticiones o que, al menos, no fuese tan crédulo como antes. Por esta razón, que se suma a la existencia de un autor tangible, los escritores comenzaron a tener en cuenta los efectos propios del género, para lo que se sirvieron de nuevos medios.
Entre 1830 y 1840 el género fantástico se consolida con las aportaciones de Nodier, Gautier, P. Merimeé, Allan Poe y Nathaniel Hawthorne. Entonces comienza un periodo de madurez en el que aparecerán relatos fantásticos escritos por Gogol, Turgueniev, Margaret Oliphant, R.L Stevenson, Óscar Wilde, B. Stoker, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Amado Nervo, E. Pardo Bazám o Valle Inclán, entre otros. Los relatos de este periodo son considerados como representativos de lo fantástico moderno clásico o “canónico”.
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