El mundo me ha parecido fascinante desde muy pequeña.
Muy a menudo, “obligaba” a mis padres a llevarme a distintas embajadas y consulados en Barcelona, mi ciudad natal, para recoger posters de los paisajes y ciudades de sus países. Pronto, aquel papel retro de flores con topos que mis padres habían escogido para las paredes de mi habitación, quedó cubierto con imágenes de Sicilia, Nueva York, Japón y Australia.
Inevitablemente, a los 15 años me fui a Inglaterra tres meses.
A los 19, otros tres a África, y a los 20, me fui a Singapur, y allí me quedé. A pesar de la distancia y la fascinación por todo lo que descubría en el continente asiático, cada martes esperaba la llamada de mi padre. Y cada martes se me caía una lágrima.
Pero continué aprendiendo chino y japonés, hice una carrera sobre estudios asiáticos, un master de comunicación intercultural, aprendí yoga, meditación, y todo lo que me ofrecía mi nuevo entorno. Pero el destino me llevó aún más lejos.
Hace ya casi 20 años que vivo en el continente australiano. Y aunque mi padre ya no está, si me llamase cada martes, seguiría dejando caer una lágrima.
¿Lo mejor de mis aventuras? Mis dos hijos. De ellos aprendo cada día lo que es vivir entre culturas con serenidad y respeto. Ellos me dan fuerza para continuar este viaje interminable.
Mucho ha llovido desde aquel agosto de 1986 cuando marché definitivamente de Barcelona. El paso del tiempo me ha convertido en escritora persuasiva, copywriter, pero hoy quiero compartir la filosofía de vida y de trabajo que he desarrollado tras cinco décadas rondando por este maravilloso planeta nuestro.