El llamado «porno para mamás», ese pseudogénero comercial acuñado por las editoriales y que encarna el fenómeno de «Cincuenta sombras de Grey», de E.L. James, tiene su origen en siglo XVIII, llega a su apogeo en el XIX con Madame Bovary y lo culmina Marylin Monroe leyendo el Ulises de Joyce.
Así lo afirma la ensayista y crítica italiana Francesca Serra, quien ha escrito «Las buenas chicas no leen novelas», un ensayo publicado por Península en el que dice de forma tajante que «todas las mujeres son pornolectoras», pero aclara que «de forma obligada desde que el libro se convierte en mercancía».
«Todas las lectoras lo somos, sin excepción», asegura la autora italiana, porque, en su opinión, esos arquetipos que se crearon a mediados del siglo XVIII, con la Revolución industrial y la novela como industria cultural, llegan heredados hasta nuestros días, «en los que las mujeres son las que más leen pero, también, las mayores víctimas de un mercado editorial machista».
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