La Feria Internacional del Libro de Miami presume de ser el festival literario más grande de los Estados Unidos. Y no es decir poca cosa, pues se trata del principal país editor del mundo, con más de 300.000 títulos al año, frente a los 80.000 escasos que se editan en España.
Si los Estados Unidos están entre los territorios de mayor peso demográfico de la hispanofonía y su población hispana ha alcanzado el 16% nacional, cabría suponer que el futuro del libro en español estará ligado, al menos en parte, a su evolución estadounidense. Cebrián, Crehueras y Lamadrid, destacados editores españoles, dijeron en el VI Congreso de la Lengua Española de Panamá, que el futuro del libro pasa por América Latina.
Y podríamos añadir que los Estados Unidos pertenecen, por derecho propio, a la gran comunidad lectora de la América hispanohablante. Por eso preocupa el futuro del libro en español dentro de los Estados Unidos, sin reparar ahora en si se trata de libro autoeditado, en papel o en formato digital.
Al escudriñar el futuro del libro, se antoja cuestión clave la de saber si habrá lectores que lo requieran. Aristóteles lo llamaría «causa final». En los Estados Unidos, más importante que el número de hispanos que pueda haber resulta su preparación o disposición para acudir a la lectura. Y hallamos dos elementos decisivos en la consolidación de la figura del lector hispano: la transmisión intergeneracional del español y la formación académica de los latinos.
La primera es fundamental para la subsistencia social de la lengua, independientemente de la intensidad del proceso migratorio; la segunda garantiza la demanda de libros, que habría de repercutir también sobre los publicados en español. Encontramos, sin embargo, que la proporción de hispanos que habla español en casa parece ir reduciéndose paulatinamente –del 79%, en 2000, al 74%, en 2011– y el censo revela que, mientras el 85% de la población tiene estudios medios, entre los mayores de 25 años, solamente el 63% de los hispanos los alcanzan.
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