¿Por qué sigue uno leyendo? Si este libro es un raro artefacto que a priori no entraría entre las propias debilidades de un lector con algunos cientos de títulos a la espalda, ¿por qué cualquiera que haya entrado en esta historia se encuentra pasando impacientemente página tras página, mientras se agolpan entre ellas sospechosos de un crimen en cierto modo –y, entiéndanlo, estamos en el juego de la ficción– medio merecido, aunque la víctima sea una cargante adolescente, mezcla de la Lolita de Nabokov y la Laura Palmer de David Lynch, todas a una? ¿Cuáles son los mecanismos mediante los cuales este escritor tan joven, tan audaz, llamado Jöel Dicker, hijo de una librera ginebrina y un profesor de francés, abierto a la mentalidad global, ha dado una patada a las tradiciones que se le suponen y ha escrito una novela genuinamente americana, pero en francés, titulada La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara) y ha cantado ¡bingo! en el pachucho mercado editorial?
¿Hasta qué punto logra desconcertar, intrigar, atiborrarte de desternillantes y bien desmedidos clichés, jugar contigo –aunque lo niegue, quizá porque no le resulta elegante reconocerlo–, y te marea, te vuelve loco hasta que ya no sabes qué pensar, en quién pensar ni bien ni mal, de qué…
treta sospechar más, cuál de los móviles se acercan con mayor apego a la lógica que el propio libro, la propia historia, se empeña en borrar cuando saltas de una hoja a otra sin solución de continuidad?
Ni lo sabes, ni te lo explicas. Y, por supuesto, Dicker, amable, alto –que no altivo–, desprendiendo una tímida pero bien medida dosis de seductora coquetería alejada de los márgenes donde se mueven losenfants terribles –tiene 28 años–, pero acoplada perfectamente en su buena y exquisita educación suizo-francófona, no nos lo va a aclarar.
El hombre que ha logrado el fenómeno editorial del año, no solo en España y en el mundo hispanohablante, sino en Europa, donde ha sobrepasado la treintena de países, parece haber llevado una vida tranquila. Pero eso se está acabando. El frío atravesado por los tímidos rayos de sol aclimatados entre la nieve de los Alpes que envuelven la ciudad en la que ha crecido y vive Jöel Dicker no le impidió urdir una intriga ardiente, que crea compulsión en cientos de miles de lectores sin que aún haya aterrizado en Estados Unidos, capítulo que se cerrará este próximo verano.
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