En la dedicatoria de mi primera novela, La Ruta Oriental, se puede leer que el amor que desde muy pequeño profeso a las letras fue la única herencia que me dejó mi madre, pero el mayor tesoro que podría haber recibido.
Cuando con seis años leía El Quijote, a Salgari, Dickens o Julio Verne, y todo lo que cayese en mis manos, desde los tebeos, o las novelas rosas de Corín Tellado, hasta las heroicidades de los superpistoleros de Marcial Lafuente Estefanía, para mi familia no era una época en la que pudiésemos comprar literatura. Por poco dinero, cambiábamos o alquilábamos libros, novelas, tebeos, y era un lujo si podíamos acceder a una biblioteca pública tan escasas por entonces.
Desde muy joven había que trabajar y los estudios pasaron a segundo plano, continuando en el nocturno del único instituto masculino existente en la ciudad, en la que pasé parte de mi adolescencia, Almería.
Los libros han sido mi universidad, y cuando ya de mayor, casado y con algún hijo, pude acceder al nivel más alto de la formación reglada, me di cuenta de que la universidad de los libros enseña mucho más que la propiamente dicha.
Aunque completé algunos cursos de la carrera de psicología por el sistema antiguo, he hecho parte del actual grado de estudios ingleses, y ahora estoy matriculado en lengua y literatura española; todo lo que sé y lo que soy se lo debo a los libros, y no precisamente a los de texto, que me han enseñado como el mejor maestro, me han acompañado como el mejor amigo, y me han permitido descubrir mundos ignotos, unos cercanos y otros distantes, que nunca habría conocido de otra manera.
Luego, cuando por mi trabajo tuve que visitar países de los cinco continentes y contrastar la realidad con lo que yo había leído, me sentí en todo momento familiarizado e identificado con la idiosincrasia de esos pueblos y su cultura. Los buenos autores y sus obras abrieron mi mente, saciaron mi curiosidad, y me permitieron entender y aceptar muchas de las realidades del ser humano.
Esta es mi primera novela, que no mi primera obra, porque antes que ella escribí algunos relatos cortos y una pieza de teatro satírico-cómica titulada El subsecretario, en la que se reflejan los políticos de hoy en día y la política que practican. Una obra que probablemente nunca verá los escenarios, pero que me divierte mucho cuando la releo.
Como decía, mi primera novela, La Ruta Oriental, es un homenaje al mundo de las letras al que tanto debo. En ella aparecen, salvando las distancias y con el mayor respeto a los autores, reflejos de la ironía proverbial de Sancho, del mundo de las ideas de Platón y de Aristóteles definiendo los fundamentos de la naturaleza humana. También podemos intuir el lamento de Segismundo y la presencia de la bondad, algunas veces interesada, de Benina. Hay pasajes que nos hacen percibir el amor sublimado e inocente de la novela rosa de épocas pasadas, o el mundo estepario de las cabalgadas de Miguel Strogoff.
Autores, obras y épocas literarias se mezclan en La Ruta Oriental, en un intento de despertar la curiosidad del lector por temas diversos y ofrecer una esperanzada visión de las segundas oportunidades.