Soy profesor de enseñanza secundaria en un Centro Integrado de Formación Profesional, tengo 58 años, y si alguien me dice hace 5 años que iba a escribir una novela, no me lo habría creído.
La idea de escribir Operación Títeres surgió en octubre de 2017, tras el famoso referéndum celebrado en Cataluña.
Entonces ya se sabía de la intervención rusa tanto en el referéndum por el Brexit celebrado en Reino Unido, como en las elecciones que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca, y se empezaba a rumorear que habían tenido algo que ver que la celebración del citado referéndum.
Empecé a partir de ese momento a idear una historia con el trasfondo de una intervención de los servicios de inteligencia rusos en la política occidental.
En su inicio, la novela eran solo unas cuantas pinceladas: un grupo de espías rusos en España, un periodista que descubre algo de forma casual, un agente del CNI que pudiera localizar a esos hombres…
En fin, un montón de ideas sueltas a las que había que dar un argumento. Y con eso empecé a construir mi historia, sin estar del todo convencido de si esas ideas serían suficientes para escribir una novela.
Algo que me animó con el paso de los meses fue comprobar que este era un tema sobre que no había nada escrito, al menos nada que yo conociera. La mayoría de las novelas de espías publicadas se desarrollaban en Alemania, Rusia, Inglaterra o Estados Unidos, y en otra época, habitualmente durante la guerra fría. Pero ninguna en la actualidad, y mucho menos en España. Si no fuera una gran historia, al menos iba a ser original. Y así fui perfilando poco a poco mi novela.
Al cabo de un tiempo me di cuenta de que a la historia le faltaba algo. El personaje de Daniel, el periodista, y de Gálvez, agente del CNI, y aunque jugaban un papel primordial, no eran lo suficientemente fuertes para “enganchar” al lector de la forma que yo quería. Necesitaba algo más. Y llegué a la conclusión de que ese algo más me lo iba a dar el personaje “malo” de la novela. Debía ser un personaje con tanta fuerza como los “buenos”, un personaje que cautivara por su personalidad y que tuviera una potente puesta en escena. Y ahí apareció Misha.
No es muy habitual en las novelas actuales de intriga que el personaje malo tenga un papel importante, principalmente porque hasta el final de la novela se desconoce quién es esa persona. Sin embargo, creo que eso les hace perder parte de su potencial. Un personaje “malo” bien desarrollado es más atractivo para el lector que el típico detective o investigador bueno que consigue resolver un crimen o un misterio. ¿Qué habría sido de El silencio de los corderos sin Hannibal Lecter?
La aparición de Misha me llevó también a la de un inspector que se encargara de investigar sus crímenes. Así surgieron Martín López y sus ayudantes y, más adelante, Miguel, el detective que utilicé para poder conectar a todos los protagonistas. Y, por supuesto, todos los demás personajes secundarios.
La novela, que en un principio pensé que no iba a saber cómo desarrollar, parecía avanzar sola y cada vez que daba un paso, me veía obligado a dar otro para resolver una trama que había cogido vida propia. Cuando quise darme cuenta, la novela había adquirido una extensión que en un principio ni me había planteado.
Tardé algo más de tres años en escribir Operación Títeres. Aparte de crear la historia y dar vida y relacionar a todos los personajes, llevé a cabo una abundante labor de investigación sobre los distintos lugares que aparecen en la novela (Siberia, Brasov, Potsdam, Berlín, Madrid, San Petersburgo, El Parque del Retiro, La Casa de Campo, El Escorial y sus alrededores…).