Nací un 26 de abril de 1974 bajo un aguacero que no escampaba ―con la revolución de los claveles― en la clínica “El Cisne” de Madrid.
Mi infancia es la alfombra persa en la que jugaba, los payasos Miliki, Fofito, el cariño de mi madre y los descampados de la periferia.
Con cinco años fui escolarizado. Recuerdo las tardes en el parque, a la salida del colegio, las vistas invernales de Madrid, envuelto en contaminación, o las correrías con otros niños por los estercoleros suburbiales.
Con la adolescencia me volví extremadamente tímido. Empecé a estudiar en el Instituto de San Isidro, junto a la Plaza Mayor.
Mis “escapadas” para descubrir las callejuelas y rincones del viejo Madrid eran continuas.
Devoré los clásicos como un salvaje, “Orlando Furioso” o “Amadis de Gaula” me fascinaban.
La Selectividad la afronté con el ácido regusto del pánico. Cursé la diplomatura de Relaciones Laborales y, al poco de empezar a trabajar, me deslumbró el mundo del teatro. Me formé en arte dramático con una anciana comediógrafa cubana, exsecretaria del Che Guevara.
Conjuré mi enfermiza timidez y en el Corral de Comedias de Almagro, con el aforo completo, fui Tristán, el antihéroe ―deus ex maquina― de “El Perro del Hortelano”.
La función fue un éxito pero, pese al incienso de los aplausos del respetable, me sentí como una marioneta manejada por los hilos de Lope. Fue entonces cuando decidí manejar yo esos hilos, escribiendo mis propias historias…