Creo que desde el día en que decidí venir a este mundo un 21 de octubre del 77 o al menos desde que tengo uso de memoria he disfrutado de la vida cuanto he podido.
Y, volviendo la vista atrás, lo que echo en falta es haber continuado con mi formación académica que dejé por la aventura militar de lanzarme de los aviones en marcha, aunque tras unos años cambié el uniforme de colores boscosos por uno azul donde, aparte de haber crecido como investigador y ser testigo en alguna que otra ocasión de hasta dónde puede llegar la maldad del ser humano, mi periplo por la delicada labor de pasar desapercibido en la sociedad me llevó a formarme con las más afamadas unidades internacionales sobre la materia como el FBI, entre otros.
Fui el único varón en una casa gobernada por mujeres, en donde mi imaginación creció mucho y antes que la barba. Empecé escribiendo de niño algún cuento que otro y ya de adolescente poesía, pero no es hasta hace un año, tras el diagnóstico de una fea enfermedad, que decidí sentarme delante de un ordenador y poner negro sobre blanco las historias que tenía en la mente.
Así que, aprovechando el largo tiempo de recuperación, me lancé a dar un paso adelante y publicar por primera vez y a lo grande, como siempre tienen que ser las cosas, con una trilogía de novela negra que está inspirada en hechos y vivencias reales que he ido almacenando a lo largo de mi trayectoria profesional.
Desde siempre, un culo inquieto, experimenté, me formé, aprendí pero sobre todo disfruté de cuanto hice.
Descubrí en la milicia que los límites están mucho más allá de lo que uno cree, que cuando uno dice que donde pone el ojo pone la bala no lo dice en broma, y cómo aquello que no te cabe en la mochila no es necesario porque como dijo Camilo José Cela “Quien no haya sido soldado de Infantería quizá ignore lo que es sentirse amo del mundo a pie y sin dinero”.
Desde entonces llevo esa práctica conmigo. Más tarde, y ya de azul, entendí que no todo es como en las películas americanas de esas en las que los malos siempre pierden y los polis nunca mueren, y que también había trabajos que estaban en las sombras, ocultos a los ojos del resto de los mortales para que la gente pueda respirar tranquila.
Me considero un compendio de todas y cada una de las experiencias vividas, de las buenas y de las malas, entre las que destacaría sin lugar a dudas las que me he escapado por los pelos de la vieja de la guadaña con la que he cruzado alguna mirada de otra en estos años. Esas son las que te hacen ver que es estar vivo de verdad, así que pienso que en algún momento hemos aceptado de mutuo acuerdo la parca y yo que vivir la vida tiene sus riesgos.
En la actualidad, compagino mi nueva faceta de escritor con el trabajo, y sobre todo con la de enamorado padre que con orgullo ve crecer día tras día lo mejor que podría darle la vida y, pensándolo detenidamente, puede que sea por eso el que, de un tiempo a esta parte, las cosas me las tome de una manera más calmada y me haya sentado a escribir.