A la breve edad de trece años me dio un día por escribir una muy breve obra de teatro que no publiqué jamás, sobre todo, por no haberla acabado, aunque sí la utilizábamos el grupo de teatro en el que estaba y que nos servía como ejercicio de improvisación.
Más tarde, sobre los quince años, comencé a interesarme por la ciencia, de la que aún no me he desprendido.
Descubrí en una de las revistas que por aquellos años leía que se había descubierto una bacteria de hacía mas de un millón de años aproximadamente, en el Ártico.
Y con mi mente calenturienta que por aquellas fechas bullía, me dio por pensar, ¿qué podría pasar si la bacteria tuviera ciertos poderes de los que los humanos nos pudiésemos aprovechar?
Con el paso de los años continué alimentando esa idea y creé «El valor de la Antártida».
Aún tengo escrita otra novela más que necesita ser pulida para salir a la luz.