Decía Rabindrahath Tagore que “Cuando somos grandes en humildad, estamos más cerca de lo grande”, y Salomón aseguraba que “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría”. ¡Cuánta grandeza en las palabras de estos sabios!
Ellos hablan de humildad, un término que, en esta vorágine en la que cada día nos vemos inmersos en este caótico (y hermoso) mundo de la literatura, parece cada vez más alejado de todo cuanto nos rodea.
Miles de libros toman forma minuto a minuto, miles de manuscritos llegan a las editoriales, miles de textos se crean en la cabeza de aquellos que cada día sueñan con ver sus libros en las estanterías de las más afamadas ferias y librerías no solo de este país nuestro, sino de todo el mundo.
Y para ello se necesita confianza, esfuerzo, grandes dosis de trabajo, paciencia y, sobre todas las cosas, humildad, mucha humildad. Enormes dosis de humildad.
“Con la humildad no se llega a ninguna parte, en este mundo de lobos que es la edición, hay que comerse al contrario y llegar a la meta”, pueden pensar algunos. Nada más alejado de la realidad. Al final del camino solamente llegarán aquellos que hacen un buen trabajo pero reconocen que, aún sabiendo, tienen mucho más por aprender todavía, y luchan día a día por hacerse un pequeño huequecillo en la edición.
Para comenzar en esta andadura hay que desterrar de nuestro vocabulario frases y pensamientos como “Escribo mejor que nadie”, “Sé más que nadie”, “Los grandes a mi lado no son nada”, “No tengo nada que aprender de los demás”, “¿Por qué voy a aceptar ayuda de quien puede ayudarme si yo sé más de lo que muchos saben?”… Y así podríamos seguir con un sinfín de reflexiones que asaltan las cabecitas de muchos que creen que se lo saben todo en la escritura.
Nadie regala nada en este mundo, lo aseguro, la competencia y la lucha son aterradoras, pero con paciencia y grandes sacos de sencillez a sus espaldas el escritor puede llegar a su pequeño Oz literario siguiendo el camino de baldosas amarillas integrado por el trabajo, el esfuerzo y la ayuda.
Lo que sí es seguro es que en estos momentos de crisis las editoriales no solo apuestan por las obras más vendibles y atractivas, sino por aquellos manuscritos de autores que son capaces de crear empatía con el lector (comenzando por la propia editorial), y eso no se consigue jamás con jactancia, prepotencia ni mucho menos con aires de sabio o erudito (aunque se cuenten realmente con estas maravillosas características).
Todos los que estamos comenzando en este complicado pero hermoso mundo debemos tener clara esta palabra, sencillez, humildad, y siempre tomar como ejemplo a aquellos que son nuestros escritores de cabecera. Siempre es bueno y recomendable bajarse del pequeño pedestal en el que a los que escribimos nos gusta subirnos de vez en cuando y ver la situación con otra perspectiva, la de la realidad más cercana. Una realidad que nos acerca a nuestra pequeña Isla del Tesoro, claro que sí, pero que solo podremos conseguir reconociendo una cosa: que no sabemos nada y que tenemos todo un camino por recorrer.