La literatura juvenil se construye a través de dos actitudes:
1) El escritor se pone en el lugar del joven a la hora de darle forma a los personajes, aunque su pensamiento adulto no esté de acuerdo con el comportamiento del protagonista y sienta malestar con las conductas increíbles que, algunas veces, tienen los adolescentes.
Un ejemplo de ello es «El guardián entre el centeno», de Salinger, en la que aparecen frases como «…me puse a abrir y cerrar el grifo del agua fría, un tic nervioso que tengo…».
2) Desde los intereses del mundo educativo de los adultos y a través de la selección de los argumentos adecuados para la formación de los adolescentes. En este caso la literatura cumple una función ilustrativa de lo correcto e incorrecto desde un punto de vista moral y narrativo.
Los autores de LJ pueden optar por cualquiera de estas dos actitudes, es decir, la del educador tradicional, que inventa personaje que dominen la situación desde un punto de vista racional, o la del escritor librepensador, que dejará que sus protagonistas se enfrenten a la vida con todos sus puntos fuertes, pero también con los débiles.
Casi siempre, a la hora de escribir, el autor opta por que el «yo» racional sobresalga, e incluso se comporta como si los otros protagonista de su mente debieran estar escondidos, ocultos. Esta actitud puede resultan muy negativa para los adolescentes, porque ellos tienen en su cabeza numerosos temas que resolver y a los que encontrar sentido, pero no todos se regulan desde la racionalidad.
De una forma más clara que en la LI, la calidad de las novelas para adolescentes está marcada por un talante profundo y superficial, el mismo con el que se caracteriza a los personajes.
Este consejo forma parte del taller La literatura para niños y jóvenes. Toda la información en nuestra web.