
César Gutiérrez Ruiz no imaginaba que una de sus inquietudes más celosamente guardada cambiaría su vida de una forma tan drástica, y aunque proviene del diseño industrial en su más amplio ámbito, del análisis y gestión de empresas culturales y fundaciones y de los estudios superiores de música como columna vertebral de su formación, nunca antes tuvo una incursión tan firme en el mundo de la escritura de novela.
Su ópera prima, “EL ARQUITECTO DE JAZZ”, nace de un relato corto del mismo nombre presentado en el Concurso Internacional de Relato Corto de Jazz en su edición de 2019, siendo finalista entre los cinco mejores de ciento treinta originales presentados de diferentes países, bajo el seudónimo de Mme. Gallofe, uno de los personajes de ficción que guarda entre sus páginas.
Animado por las críticas y por ese impulso interior en las artes alimentado por cada palabra escrita, su pequeño relato de apenas doce páginas se ha transformado en un libro de veinte capítulos donde la calidad de su narrativa poética, su intensidad y emoción quedan latentes en sus páginas en un continuo flashback temporal, fusionando hechos y personajes históricos con ficticios y vislumbrando en sus líneas la arquitectura, la música, el arte, la intriga y el miedo opresor por un ejército invasor en un tiempo pasado en la Baja Flandes, aunque aún presente en aspectos que parecían ocultos para nuestros protagonistas llevando en sus vidas una historia inolvidable.
Como él piensa: “Quizás la vergüenza en cada uno de nosotros nos impide mostrar un mundo interior de emociones y sensibilidades y, esta vez, ¿por qué no compartirlo?”
De esta forma lo deja escrito como un ilusionado aspirante en el libro cuando pregunta si un escritor ¿debe dejar imborrable la primera sensación que le viene a sus pensamientos? ¿Las líneas que, aún no quedando del todo corregidas, plasman con absoluta frescura lo que tal vez ha deseado desde siempre, pudiendo leer entre ellas una sensibilidad y un deseo superior a cualquier otra cosa conocida? ¿O debe borrarlo del papel y guardarlo de nuevo para sí mismo, sin testigos, sin alguien que critique su mayor o menor talento por el simple hecho de querer mostrar lo que tan profundamente siempre ha creído?
¿Debe ser así…? Quizás la intuición más atávica es la que arroja luz y abre caminos”. Émile van Hoeij, el arquitecto de jazz, así lo piensa.